La culpa la tuvo su abuela, que vivió el ocaso de la dinastía manchú en una familia rica que perdió todos sus bienes primero y luego debió acostumbrarse a la austeridad del comunismo. A la hora de ir a dormir, en lugar de contarle cuentos, la abuela le hablaba de la Ópera de Pekín y de la emperatriz Zishí, y le describía en detalle los vestidos que las mujeres habían usado antes.
Según Angelica Cheung, directora de Vogue China, Guo no es la única diseñadora que recurre a la tradición para inspirarse, "pero es la más destacada, tanto en términos de su visión creativa como en su realización". Todo a mano, todo de colección.
En 1982 empezó la carrera de Diseño de Indumentaria en la Segunda Escuela de Industria Liviana de Beijing; Guo fue una de las 26 que aprobaron el examen que dieron 500 aspirantes.
Cuando se graduó, en 1986, comenzaba el crecimiento que siguió a la apertura económica de Deng Xiaoping; contra lo que esperaba el padre de Guo, un miembro del Partido Comunista de China, dirigente de batallón en el Ejército del Pueblo, que no imaginaba que su hija podría vivir de la moda.
En su casa no concebían siquiera que la ropa pudiera ser diseñada; él —que a los 80 años, siempre vestido de soldado, apoya por fin su carrera— le solía tirar los dibujos y pinturas que ella hacía. Le insistía en que tenía que estudiar algo serio y conseguir un empleo de verdad.