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Son unas instantáneas en blanco y negro, del tipo que se hace a las maniquíes novatas para calibrar su fotogenia. La modelo, una quinceañera menuda, viste de sport y lleva el pelo castaño sin arreglar. Sin embargo su sonrisa imperfecta y su mirada a la vez intensa y ausente son inmediatamente reconocibles. Las imágenes forman parte del primer posado de Kate Moss, tomado en 1988 por el prácticamente desconocido fotógrafo David Ross. Se subastarán en la casa londinense Bloomsbury Auctions el 23 de noviembre junto a trabajos de William Klein, Henri Cartier-Bresson, Man Ray y varias imágenes icónicas de los Beatles. Se estima que cada una de las tres copias se venda por unos 1.500 euros.
“El portero me avisó de que en la entrada había una joven que parecía perdida”, recuerda Ross sobre el día en el que conoció a la modelo “Me encontré a una niña delgada con aspecto desconcertado y le pregunté si estaba buscando a su madre”. El fotógrafo no pudo realizar la sesión encargada por la agencia Storm porque Moss era menor y se había presentado sin acompañante y la top volvió al día siguiente con una compañera de colegio. Durante la sesión nada le hizo sospechar a Ross que se encontraba frente al rostro que definiría la estética de las siguientes décadas: “Era una chica dulce que inicialmente se mostraba un tanto apabullada. Le dije que no tenía que hacer nada, que estaba muy guapa. Enseguida se tranquilizó”, relata el fotógrafo en su página web.
Un cuarto de siglo después de su primer retrato, la historia de Kate Moss sigue siendo la de un icono improbable. Una chica de barrio que sin ser alta o especialmente imponente se encaramó a lo más alto de su profesión. Sus bazas, una imagen tan intemporal como contemporánea y una combinación de misterio y accesibilidad, resultan menos obvias que el poderío físico de las maniquíes que ascendieron durante la década de los 90. Hoy pese a ser una de las personalidades británicas más reconocibles por la calle parece “una chica más”, tal y como comentan los comerciantes de la zona del norte de Londres donde vive la modelo.
Kate Moss es un referente de estilo que ha puesto su nombre en líneas de ropa y de cosmética y a los 38 años sigue trabajando al mismo ritmo que las veinteañeras. Permanece en la cima como la segunda modelo mejor pagada después de Gisele Bündchen. Pero hay algo más que no se explica con cifras o contratos. Un magnetismo que hace de ella un objeto de culto fuera de la industria de la moda. Ha posado para el pintor Lucian Freud, quien durante una de las sesiones además le tatuó a la top una bandada de pájaros en la cadera. Y el artista británico Marc Quinn esculpió su cuerpo en oro sólido, una pieza que se exhibió durante un tiempo en el Museo Británico. “Su imagen es escurridiza, nunca la puedes fijar” aventura Quinn a la revista Vanity Fair, que publica una de las escasas entre
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